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HOY TEOLÓGICO - Alfonso Luis Calvente Ortiz

SOCIAL

GENOCIDIO

GENOCIDIO

"Un día surgirán del mar los niños asesinados por la vengativa codicia del poder. Un día la tierra renunciará a la matanza de inocentes por el ansia de matar con negligencia, ante el mundo entero, como otras tantas constancias de la infamia de los métodos de la furia salvaje.

El día del juicio final el ahogo y el desgarramiento de los pequeñuelos de Cristo merecerá seguramente la pena impuesta a la brutalidad carente de razón.

Si algún rastro de humanidad queda en la raza humana, estos hechos deben terminar. Ahora, del alma deformada de la juventud surge desprecio por la desolación en la vida humana. La matanza de los inocentes comienza con el asesinato espiritual mediante una crianza inhumana. En esa forma, muchos hogares son convertidos en bases engendradoras de jóvenes como los que describe San Pablo: - desobedientes para con los padres, sin afectos, sin fidelidad, sin misericordia - ."

(Card. Hinsley - Oct. 1940)

 

Hoy, en el año 2008 de la era cristiana, 50 millones de seres humanos no nacidos son asesinados quirúrgicamente en el mundo anualmente; alrededor de 24.000 personas mueren cada día por causa del hambre y la inanición, mientras 800 millones de personas continuan sufriendo hambre y desolación;  unos 250.000 niños mueren asesinados en conflictos armados cada año, 500 millones de ellos sufren explotación laboral, dos millones son víctimas de tráfico sexual y el mismo número de niñas son mutiladas en el mundo.

 

CRISIS

CRISIS

Hay personas que no saben lo que es una crisis, porque nacieron en medio de ella, y no han conocido otra cosa que la más profunda y  oscura crisis de la absoluta desposesión.

 

Otras personas vivimos inmersos en la actual preocupación de la crisis, gran crisis, desaceleración, retroceso económico o profunda ecatombe económica, cada uno elija el nominativo más apropiado a su corriente de pensamiento o a su estado de ánimo.

 

La verdad es que crisis o no crisis, aceleración o desaceleración, activación o parón económico, los pobres siguen siendo más pobre y los ricos siguen siendo más ricos. Durante 42 años de mi vida se vienen sucediendo una serie de ciclos económicos que siempre hacen ganar más dinero al que más tiene.

 

La actual crisis energética y alimenticia mundial, no nos engañemos, viene provocada por los grande (grandes, grandes, grandísimos) poderes económicos. Esos cerebritos financieros sentados frente a un computador, al servicio de las grandes logias y de los poderosos del mundo, compran y venden opciones de compra a cincuenta años vista sobre producciones de petroleo, cereales, leche o cualquier cosa que a usted se le pueda imaginar y con la que ellos puedan especular. Si una enorme logia económica compra en opciones un elevado porcentaje de la producción petrolífera de Oriente próximo para los próximos 10 años retirándolo de la comercialización, el mercado desabastecido inicia un gran aumento del precio del crudo, una vez estabilizado el precio en un nivel muy superior al anterior, iran introduciendo su crudo en el mercado y realizando incalculables beneficios. Y ¿Quien desembolsa esos beneficios? Siempre, siempre, el consumidor final, el currito, el trabajador de a pie, el estómago vacio. El resto de la estructura económica repercute el alza de los costes de producción en los precios de sus productos y servicios.

 

Tu dejarás de pagar tu hipoteca, el banco se quedará con tu piso valorado en 200.000.€ por 120.000.€ de deuda. El banco cuando el mercado se reactive venderá tu piso por 200.000.€ o 250.000.€. Es la misma historia de siempre. Simple, pero veraz.

ADMINISTRADORES

ADMINISTRADORES

La administración ocupa un importante papel en nuestras vidas, principalmente porque vivir supone administrar la propia vida. Somos administradores de nuestro tiempo, administradores de nuestro amor, de nuestras inquietudes y anhelos, administradores de la economía familiar, de un pequeño negocio o de una gran empresa. La administración es en si una dimensión necesaria y propia en la existencia del ser humano.

 

Pero quizás este término no se oponga al que anteriormente nos hemos asomado. Administradores de los bienes de la tierra, a traves del uso lícito de la propiedad. Esta propiedad de la que hablamos esta fundamentada en la radicalidad cristiana de la solidaridad y el bien común. No se trata de partidaria interpretación o de exualtación revolucionaria. Se trata de la más sana y pura Doctrina Católica:

 

"Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos."

 

"El destino universal de los bienes continúa siendo primordial, aunque la promoción del bien común exija el respeto de la propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio."

 

"Los poseedores de bienes de uso y consumo deben usarlos con templanza reservando la mejor parte al huésped, al enfermo, al pobre."

 

"La autoridad política tiene el derecho y el deber de regular en función del bien común el ejercicio legítimo del derecho de propiedad."

"En materia económica el respeto de la dignidad humana exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y según la generosidad del Señor, que "siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2Co 8,9). "

 

 

¿Qué cristiano veraz puede desdeñar en su vida tales verdades? ¿Cómo es posible que siendo administradores de los bienes de la creación puestos a nuestra disposición por la Providencia, vivamos en nuestros grupos, comunidades y sociedades cristianas, en una sobreabundancia en muchos casos insultante, mientras despreciamos, ignoramos e incluso justificamos la injusta distribución y administración de los bienes, amparados en una caridad paternalista que pretende justificar con las migajas sobrantes de nuestro dominio lo que injustamente seguimos negando a los que nada tienen.

 

Y es que la realidad por muy cansina que se nos haga sigue siendo la realidad de cientos de millones de hombres, mujeres y niños, con nombre y apellidos, con vidas sufrientes que respiran y ansían en este mismo instante en el que lees. Cientos de millones de personas que viven extremamente la funesta, deplorable y genocida administración que ejercemos la minoría "socialmente desarrollada" sobre los bienes tomados a nuestra disposición.

 

¿Quien pretende justificar con las migajas de nuestros banquetes tantos estómagos infectados, tantas vidas abandonadas a la lúgubre y mordaz desesperanza? ¿Cómo pretendemos comparecer ante el inapelable juicio del Altísimo? ¿Qué cuentas presentaremos de nuestra administración? ¿Acaso podemos guardar la esperanza de que el mismo Cristo pase por alto nuestra temeraria prevaricación?

 

Justificamos nuestro modo de vida social, insertos en una sociedad ante la que sucumben nuestros más básicos principios fraternales. Disponemos de cientos de argumentos para continuar disfrutando a nuestro antojo de la sublime administración del 80% de los recursos del planeta, aun cuando bien sabemos que tan solo somo un 20% privilegiado los que tenemos acceso a este modo de derroche. Mientras como resultado de nuestra administración, asignada por encomienda divina, cerca de 800.000.000 de seres humanos perecen en la experiencia de no tener "NADA", ni siquiera el alimento básico que los sustente, y otros 2.500.000.000 de hermanos humanos mal sobreviven con menos de 1,5.€ diarios.

 

Conservo la esperanza, no de trasformar el mundo, pero si de transformar mi vida y mi mundo; y en lo mucho y en lo poco convertirme en buen administrador de los bienes que Dios a puesto a mi disposición.

 

Quiera Dios derramar sobre cada uno de nosotros la Gracia santificante que necesitamos aceptar para que en aquel día, que sabemos vendrá, no seamos contados entre aquellos a los que el mismo Jesucristo se referira diciendoles: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis."

 

 

Ancianidad II

Ancianidad II

Y es que eso de ser anciano no sólo conlleva el riesgo de caer en la incapacitación, y que una ley tan perversa como absurda, tan criminal como diabólica, otorgue la potestad a ciertas personas para que decidan sobre la utilidad o inutilidad de tu vida, pudiendo decidir su eliminación, tu asesinato en primer grado, con premeditación y alevosía.

 

La ancianidad, como último periodo de la vida ordinaria del hombre, esta llena de incomprensiones y desencantos, especialmente con aquellas personan a las que a lo largo de su vida, el anciano, ha dado más, ha amado más y ha llevado más profundamente en su corazón.

 

El abandono de ancianos en las modernas sociedades occidentales es ocultado en millares de asilos, casas de acogida y centros geriátricos. Millones de ancianos europeos pasan sus días llorando a sus hijos y nietos que llevan años sin visitarlos, en unas modernas pero siempre tristes instalaciones residenciales.

 

Claro que esta situación en otros lugares es distinta, en algunos casos porque los ancianos todavía son valorados por su experiencia y respetados por la vida de servicio entregada, o simplemente porque se les reconoce la dignidad de persona. Pero en aquellas situaciones en las que el anciano se ha visto activa o pasivamente abandonado, en aquellas situaciones de extrema necesidad, el anciano sufre el mayor de los abandonos. Indecente abandono social, moral y familiar. Abominable abandono el que permite que una anciana, presa de una profunda senilidad, viva en un abandono tal que solo los chinches, piojos, arañas y demás artrópodos que pueblan todo su cuerpo y en forma de microselva su cabello, sean los únicos seres terrenales que le prestan atención.

 

Éste mencionado, es un caso, al que nos acercamos y damos respuesta. Pero la realidad común es que al anciano, igual que a la vida misma, cada día más se le atiende y valora en relación a su utilidad, y no a la maravillosa dignidad que la vida nos otorga como personas.

Ancianidad I

Ancianidad I

La longevidad es un maravilloso don que el mismo Dios, a través de tantas bondades, nos ofrece. Los años vividos en la ancianidad son la culminación de una vida que, si bien pudo alcanzar su plenitud con anterioridad, se presenta en una etapa totalizadora de la realización humana.

 

Los problemas, las dependencias, el dolor y el sufrimiento que en muchos casos acompañan los años del anciano, nunca pueden ser motivo de cuestionamiento de la vida. El anciano es un valor en si mismo. Él se nos da y se nos ofrece como oportunidad de amor, acompañamiento y ternura servicial que se le es debida.

 

De igual forma, la vida humana, cualquier vida humana, es valiosa y digna por si misma. Fuera de las consideraciones del indebido encarnizamiento, cualquier valoración de la eutanasia activa o pasiva es un atentado indigno contra el amor fraternal en el que la existencia humana debiera ser fundada.

 

La eutanasia es un horrendo crimen, más cuando es propuesta contra ancianos que habiendo llegado a una edad que, debido al deterioro facultativo al que se han visto sometidos durante su ardua vida,  les impide la autosuficiencia, e incluso la capacidad intelectual suficiente para que jurídicamente pueda oponerse  a la ejecución anticipada de la inevitable muerte que un día nos ha de sobrevenir a todos.

 

Apelo al amor y a la fraternidad, al valor de la vida y a la aportación necesaria e indispensable que toda vida humana, anciana, nacida, o nacida, impedida o incapacitada, realiza a la comunidad humana que desea encamiarse hacia la prenitud de su realización, para que aquellos que fuera de toda razón apoyan y promueven el no a la vida, la eutanasia y el aborto, recapaciten y conviertan sus corazones e fuente de vida y amor.

 

¿Eutanasia? ¡Mira lo que te dice Checha!

HAMBRE

HAMBRE

¿Qué significa tener hambre? Quizás para algunos este concepto no vaya más allá del retraso en media hora del momento del almuerzo.

 

La realidad de la existencia, de la ámplia mayoría del mundo que habitamos, clama al cielo. El hambre, la necesidad, el dolor y el sufrimiento de los cientos de miles de familias y comunidades en extrema necesidad es un escándalo de dimensiones inadmisibles, para cualquier conciencia que se digne a reconocerse mínimamente humana.

 

El escándalo de la injusticia, de la opresión, del derroche de las sociedades industrializadas e inhumanamente desarrolladas se hace más incisivo y adquiere dimensiones desproporcionadas frente a los más pequeños e indefensos; frente a los ángeles hambrientos. Las palabras de Jesús deben conmover a toda alma y especialmente a la sociedad y a las comunidades cristianas que gozan de amplias estructuras de recursos:

         

 

"Es inevitable que haya escándalos; pero ¡ay de aquel que los provoca!

Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar antes que escandalizar a uno de estos pequeñuelos.

Lc 17, 1-2

Las sociedades desarrolladas y especialmente nuestras comunidades cristianas, que no hacen uso de una sobria austeridad en favor de los más necesitados, son escándalo para los más pequeños y desamparados de éste desposeído mundo de la pobreza. Resuenen también nuevamente las palabras de la Iglesia en boca del Santo Concilio Vaticano II:

"Quien se halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí."

Repitiendo la sentencia de los Santos Padres de la Iglesia corroborará también que:

"Alimenta al que muere de hambre, porque, si no lo alimentas, lo matas."

MIGRAR, UN DERECHO INALIENABLE

Yo soy inmigrante. Siempre fui inmigrante. Siempre seré inmigrante.

Parece que el propio término inmigración, subjetiviza el problema al que deseamos referirnos, el de las migraciones de seres humanos, pero no desde el punto de vista del propio sujeto emigrante y de las condiciones y causas que provocan el hecho migratorio en si, sino desde la perspectiva del territorio o de la comunidad que los recibe, con agrado o muy a su pesar, desde ese punto de vista la persona es llamada inmigrante.

Así, parece que debo abordar los problemas que acarrea en mi vida la llegada del inmigrante, como va a afectarme, que consecuencias reporta en mi entorno, cómo debo reaccionar, que repercusiones tendrá en los míos. Parece que la situación del inmigrante, su humanidad, sus circunstancias, sus necesidades, etc, son aspectos sí a tener en cuenta, pero, siempre en función del “in” del emigrante, siempre con respecto a mi, a mi bienestar, a mi estabilidad.

Desde la profundidad de mi conciencia no deseo utilizar dicho término sujeto a estas consideraciones. Cuando me refiero a un emigrante estoy refiriéndome a un hermano, a un ser humano, dotado de igual dignidad  que la que ostento, quizás de más. Si debo referirme a él como inmigrante, me referiré a mi mismo como inmigrante también. Inmigrante en la tierra que me vio nacer, inmigrante a la santa tierra a la que me desplacé, inmigrante en este mundo que me acogió y en el que se me ofreció la oportunidad de prosperar, y en el que, lo más importante, se me dio a conocer la esperanza de salvación y la misericordia de nuestro Dios.

Hago presente aquí el texto con el que Pío XII comienza la Constitución Apostólica Exsul Familia: “La familia de Nazaret modelo y consuelo de los refugiados. La familia de Nazaret desterrada, Jesús, María y José, emigrantes a Egipto y refugiados allí para sustraerse a las iras de un rey impío, son el modelo, el ejemplo y el consuelo de los emigrantes y peregrinos de todos los tiempos y lugares y de todos los prófugos de cualquiera de las condiciones que, por miedo de las persecuciones o acuciados por la necesidad, se ven obligados a abandonar la patria, los padres queridos, los parientes y a los dulces amigos para dirigirse a tierras extrañas.”

Vuelvo mi mirada hacia el más sufriente y desesperado de los emigrantes, el más desatendido, el más marginado, el emigrante sin papeles, el emigrante ilegal.

¿Cuál deberá ser mi postura, cual mi acción y respuesta como cristiano frente al hermano, cristiano o no cristiano, judío o samaritano, que empujado por la desesperación decide abandonarse a su suerte en un destino que muchas de las veces se torna más trágico y atroz que el que motivó la decisión de dejarlo todo en busca de la Esperanza?  Tan sumergido me encuentro en mis banalidades, tan absorto en mi mundanidad. ¿Quién es ese que viene a mi puerta y llama? ¿Quién el que se desgarra los nudillos y ensangrienta sus manos de tanto golpearla? ¿Quién el que abandona suspendido su cuerpo en las aguas del Océano? ¿Quién el que yace muerto entre las rocas de nuestras costas? ¿Quién el que abandono su vida en la arena de nuestras playas? ¿Quién es aquella que vende su cuerpo en nuestras calles y carreteras? ¿Un inmigrante? ¿Una emigrante? ¿Quién los ha traído hasta aquí? Son tantas las preguntas que golpean mi inquieto corazón cuando reflexiono en el silencio. ¿Qué me separa de esa playa, de esa roca, de ese Océano, de esa angustia?

La inmensa dicha de poseer la tierra  que asegura la prosperidad de los míos ciega mis ojos y no me permite ver el rostro de la desesperación que empuja a tantos y tantos hombres y mujeres, mayores y niños a abandonar su tierra y emprender la, más de las veces, trágica aventura del sin papeles.

Como cristiano, no puedo dejar de pensar en El, en mi Señor. “Oigo en mi corazón: -Buscad mi rostro.- Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro”, rezo en el salmo. El rostro de ese tendido en la playa, el rostro de aquella mujer encajada entre las rocas, el rostro de aquellos que perecieron engullidos por el mar, el rostro de la amargura, del oprobio y de la desesperación, el rostro de esos que llaman a mi puerta. "El que acoge a uno de estos pequeños en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado a mí" repite incansable Jesús.

¿Quién soy yo para poseer la tierra? ¿Quién para poner fronteras entre la miseria de los pueblos y a la prosperidad  de los míos? No puedo tratar el problema de la dolorosa emigración sin tratar el verdadero problema del género humano, el problema de la riqueza. Mantenemos y disfrutamos del 80% de las riquezas de nuestro planeta una pequeña parte de él, el 20%.

El  P. Werenfried Van Straaten en su  libro “Dios llora en la tierra” hace un  recorrido por las miserias que atenazan nuestro planeta y nos plantea un ejemplo revelador de esta cruda realidad en la que participamos: "Diez comensales se sentaron a una mesa, en ella habían dispuestos diez platos de sopa que debían de servirles de sustento para aquel día. En el momento en que iban a comenzar a disfrutar de la comida, dos de ellos, fuertes e inteligentes,  se levantaron y acercaron hacia si ocho de los diez platos, dejando en la insuficiencia y la necesidad a los otros ocho comensales que deberán conformarse con repartirse los dos platos de sopa restantes." Esta injusta situación condiciona toda valoración que en conciencia pueda emitir sobre la emigración, controlada o incontrolada, legal o ilegal. Como cristiano me siento obligado a acoger a todo aquel que en paz llame a mi puerta. Como cristiano debo reconocer en todo rostro el rostro de Cristo, cuanto más en aquellos que huyendo de la desgracia, del hambre, de la guerra, de la injusticia muestran ante mi el rostro sufriente de mi Señor.

La Carta Pastoral de la Comisión Episcopal de Migraciones nos desvela el núcleo preciso desde donde abordar el sufriente fenómeno migratorio: “El problema original no es la emigración, sino la injusta distribución de los bienes”. Y de esta forma debo preguntarme, hasta que punto implico mi persona, mi propia vida en tan injusta situación, qué hago bajo mis limitados e insignificantes recursos, para apaliar el hambre, la necesidad, el sufrimiento y el dolor de mis hermanos, ¿de qué forma enjugo las lágrimas de mi Dios sobre la tierra? Asalta ahora mi mente la escena de la Verónica, ¿qué podía hacer ella frente a la suma injusticia? ¿Cómo podría ella reparar, apaliar tal afrenta, tal sufrimiento inconmensurable? ¿Luchar en fuerza contra los soldados, hacer valer su criterio frente al sanedrín, enfrentarse a toda Jerusalén y al propio Imperio? Ella, humilde Verónica, secó el rostro sudoroso y doliente de nuestro Señor, no hizo más, no podía hacer más, tampoco Jesús le pedía más, pero tampoco se quedo impasible, inmóvil, indiferente. ¿Qué deberé hacer yo? 

En la Instrucción Erga Migrantes Caritas Christi, el pontificio consejo para la pastoral de los emigrantes e itinerantes recuerda que: “El cristiano contempla en el extranjero, más que al prójimo, el rostro mismo de Cristo” Y ese rostro, el rostro de mi Señor que busco y ansío en mi corazón, me interpela y  me implora en el rostro del emigrante sufriente, como a la Verónica, que enjugue su sudor, seque sus lágrimas y de descanso a su rostro con el paño de mis posibilidades.

Las fronteras tal como hoy las entendemos, el fenómeno de los sin papeles, son fenómenos de nuestra modernidad, son consecuencias claras del injusto proceso de globalización al que nos enfrentamos y en el que, muy a nuestro pesar, participamos activamente.

El emigrante sufriente no abandona su hogar por mero gusto, por impulso curioso de asentarse en una nueva tierra. En muchos casos ni tan siquiera ha dejado tras de sí un hogar, huye del infierno, si de un verdadero infierno que ni tan siquiera intento o puedo imaginar. La realidad de ese ser humano que arriba a las costas que habito, que traspasa las fronteras impuestas, en un asfixiante habitáculo de un container, me es ajena. Día a día me reafirmo en negar la realidad del mundo en que habito y que desesperadamente golpea mi puerta. Quiero pensar que Jesús pasará por alto estas omisiones mías, pero bien se que no, “al final de la vida seré juzgado sobre el amor, sobre las obras de caridad realizadas a favor de mis hermanos más pequeños (cf. Mt 25 31-45), y también sobre la valentía y la fidelidad con que haya dado testimonio de Cristo (cf. Mt 10, 32-33).

Estos que hoy vienen y llaman a nuestra puerta son los hijos de aquellos que sufrieron el infierno del S. XX., son los hijos del campo de Valka, del túnel de Seul, de la aldea de Lo-Fong, de los suburbios de Bombay, del barrio de Cholón, de la isla de Mindanao,  de las Navidades de Saigón, de la región de la Seca, de Nisia Floresta, de los alagados del Salvador, de la callampa de Chile, de las favelas de Río, de Kinshahs, Kivi, Isiro y Kinsangani, de la trágica sombra del telón de acero; son los hijos de aquellos cuyo clamor no fue escuchado por la amplia mayoría y hoy ya no soportan lo que sus padres se vieron obligados a padecer, aquella letanía de miseria, dolor y traición, aquellas tristes historias de pueblos indigentes y oprimidos condenados a la más absoluta indiferencia de mi abundancia y bienestar, condenados en esta vida a un infierno sin futuro y sin más esperanza que la de emigrar. 

La realidad relatada por San Mateo de la huída a Egipto de la Sagrada Familia y las trágicas razones de ella, y los posteriores acontecimientos, pueden parecer a muchos una banalización al hacerlas hoy presentes ante la tragedia que suponen los grandes movimientos migratorios provocados por la desigualdad, el hambre y la guerra. Pero las palabras de Juan Pablo II que afirman: "En Cristo, al acoger a todo hombre, Dios se ha hecho "emigrante" por las sendas del tiempo para llevar a todos el Evangelio del amor y de la paz." Me obligan a ver en el mismo emigrante al mismo Dios que se me hace presente y me interpela, me empujan a acoger a todo extranjero desplazado tal y como acogería a la Sagrada Familia que pidiera morada en mi hogar.

Mi conciencia lejos de callar, grita, si ella callara, quizás Cristo hiciera gritar a las piedras ante mí. Debo ser solidario con nuestros países vecinos, hermanos, y ante el flujo migratorio incontrolado, desde ellos, crear en sus propios pueblos de origen posibilidades reales de desarrollo cultural, social y económico, abriendo sin discriminación posibilidades reales de migración controlada que garantice la integración social y cultural en nuestro país, y ante la miseria y la injusticia del mundo real que habito, renunciar a los recursos que deba renunciar en pos de la justa y cristiana preferencia por los pobres, oprimidos, perseguidos y exiliado del mundo, colaborando activamente al desarrollo cívico, económico, social y espiritual de ellos. ¡Claro que esto esta fuera de mi personal alcance!, pero en las medidas de mis posibilidades me veo obligado a promoverlo, defenderlo y contribuir a su establecimiento, en nombre de Cristo y de la Santa Iglesia a la cual pertenezco.

En la absoluta certeza de la Fe, el juicio prometido y  la esperanza de la vida eterna apremian mi caridad y me apremian a promover entre mis hermanos esa caridad.

El propio Catecismo de la Iglesia Católica y el desarrollo doctrinal que a través del magisterio se establece en el seguimiento de la sana doctrina, la Constitución Apostólica “Exul Familia” de Pío XII, encíclicas como  “Pacem in Terris” del beato Juan XXIII, el Concilio Vaticano II y en particular la constitución pastoral Gadium et Spes,  instrucciones pastorales tales como Pastoralis migratorum cura de Pablo VI, las encíclicas de nuestro Santo Padre Juan Pablo II Laborem Exercens, Sollicitudo Rei Sociales o Centesimus Annus, consideran ampliamente el posicionamiento que mi vida cristiana debe adoptar ante la tragedia de mis semejantes. El reconocimiento expreso del “radical derecho de todos los hombre a usar de los bienes de la tierra”, de la “libertad natural de emigrar” son el núcleo moral que debe mover mi acción cristiana frente al reto que representa el fenómeno migratorio que se presenta ante mi vida.

 Sin embargo, en mi vida hasta hoy, poca y escasa consideración es la que he prestado a esta realidad que en esta semana presentamos a reflexión. Hasta ahora, la mayoría de las veces, he actuado como aquellos escribas y fariseos que viendo al prójimo caído en el camino daban un rodeo seguros de encontrar buenas argumentaciones y razones de la miseria del necesitado de auxilio y que sólo gracias al buen samaritano escapó de la segura muerte. “Bajo el pretexto de un posible caos sociopolítico se niega la obligación de acogida “ recuerda la Pastoral de las migraciones en España.

 Se exhiben muchos argumentos sobre los condicionantes de la ayuda internacional, las limitaciones de los recursos de acogida, el interés general, el interés de la nación, de Europa ahora ya más específicamente. No encuentro proyecto socio-político que defienda el interés del ser humano como tal, que presente un proyecto claro y solidario con el hombre. Como cristiano parece que también yo he renunciado a esa posibilidad de sociedad humana que elevando como valores morales la renuncia y el sacrificio se desarrolle en pos de la justicia y la fraternidad. Parece que ya deba conformarme al mal menor de la apacible abundancia de mi vida.

 Me resignaré a la injusta globalización y al capitalismo financiero, daré un rodeo en el camino y me amoldaré a la máxima comodidad, conformando a mi conciencia con las migajas que compartiré con los desheredados. Quizás este fue mi criterio hasta no hace mucho. 

Hoy me enfrento semanalmente a inmigrantes sin nombre, sin historia, miro sus ojos que reflejan la humanidad de una vida, de un pasado, de un amor y de un profundo dolor y sufrimiento. Miro sus ojos que ocultan el camino dejado atrás, tantos nombres, tanto que olvidar, tanto que recordad. Miro los ojos del que a pesar de todo se siente privilegiado, son tantos los que no llegaron, cuantos más los que no pudieron tan siquiera iniciar el viaje, privilegio de una bolsa de plástico con dos panecillos una lata de atún, una de sardinas y algo de fruta.

 El destino de estas personas cuanto menos es incierto, han llegado a nuestra tierra, los hemos retenido cuarenta días en un centro de concentración, decretamos una expulsión inviable y los soltamos a nuestras calles sin posibilidad alguna de encontrar un trabajo legal, son “sin papeles”. Condenados sin juicio previo a la marginalidad, la miseria y la delincuencia. Son carne de explotación, fáciles víctimas de las redes de robo y prostitución, presas empujadas al tráfico de drogas y al trapicheo nocturno.

 ¿Así de sencillo? ¿Así de dramático? ¿Cosas de la globalización y del capitalismo? Puede ser, pero no para mi conciencia cristiana.

 Mi conciencia cristiana hoy grita, soy incapaz de acallarla. Las palabras de aquel cardenal chileno a mediado del S. XX, adquieren hoy más fuerza: “Porque Dios ha hecho la tierra para el hombre, que es el rey de la creación. Todo aquel que no dispone de espacio vital tiene derecho a apropiarse de un pedazo de esta tierra”; reivindicando la justicia, la solidaridad y la fraternidad cristiana. Hoy mi conciencia no descansa ante el contacto de la más negra miseria y la riqueza más despilfarradora de nuestra civilización. Hoy se hace presente el hambre de Kivi, la muerte acechante del ángel Mbwaki, los chiquillos sin leche, la falta de sal, las escenas dolorosas, los hambrientos abriendo tumbas de los asesinados para alimentarse con los restos de cadáveres, las epidemias, la carencia de médicos y medicinas, el horror y la barbarie de la guerra, la carne tumefacta de los cuerpos torturados; hoy la miseria y la indigencia del mundo se presenta a mi puerta, llama con fuerza desgarradora, en un desbordamiento de dolor e injusticia humana. Hoy Dios trae ante mis ojos la realidad que un día me obcequé en negar y en justificar.

Resuene hoy en la profundidad de aquellos corazones, acomodados y despreocupados de sus semejantes, la firme sentencia de la Iglesia de Cristo expresada en la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II: "Quien se halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí. Habiendo como hay tantos oprimidos actualmente por el hambre en el mundo, el sacro Concilio urge a todos, particulares y autoridades, a que, acordándose de aquella frase de los Padres: Alimenta al que muere de hambre, porque, si no lo alimentas, lo matas."

Quiero terminar esta comunicación haciendo mía y adaptando a estas circunstancias una exhortación del P. Van Straaten: Los muertos que no han llegado a nuestras costas, algunos de aquellos que no lograron traspasar las fronteras “tienen nombres extraños: Cirhulwire, Mushangalusa, Nakatiya, es decir: Dulzura, Ternura, Fuente de Alegría ¿Figuran inscritos en la lista de las víctimas del hambre, cuyas muertes claman venganza al cielo? ¿O podemos acaso aplacar aún la infinita cólera de Dios haciendo un esfuerzo supremo para salvar sus vidas? ¡Pobre de la humanidad si llegamos con retraso! ¡Pobre de mi si carezco de generosidad. Y ¡ay de todos nosotros si no comprendemos que la vida del más pobre de esos “pequeños del evangelio” vale más que el bienestar del que disfrutamos inmerecidamente!