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HOY TEOLÓGICO - Alfonso Luis Calvente Ortiz

¡MADRE!

¡MADRE! Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». 27Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 26-27)

Desde ese momento todos los discípulos de Jesús hemos acogido a María en nuestro corazón. El mismo Jesucristo, en los instantes de su muerte, se entrega por nosotros hasta un extremo que no somos capaces de alcanzar a comprender con nuestro entendimiento. Despojado de todo, entregado hasta el extremo, nos entrega también el consuelo que le sostiene en aquellos momentos de máximo suplició; se despoja de su madre y nos la entrega a tí y a mí, para que Élla, la plena de Gracia, cuide de nosotros y nosotros, como dignos hijos, cuidemos de Élla.

Y es que como buenos discípulos y buenos hijos no podemos sino acoger a la Virgen María con la excelencia, delicadeza y devoción que le debemos a la que reconocemos como Madre de Dios, Virgen Perpetua, Inmaculada Concepción, Reina de los Cielos y de la Tierra, asumpta en cuerpo y alma a los cielos y corredentora del género humano.

Así nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica en palabras recogidas por el Concilio Vaticano II:  "La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado."

(Escuchar catequesis sobre los Dogmas Marianos)

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