CRISTIFICACIÓN
El camino de seguimiento de Cristo implica ineludiblemente una transformación. Transformación plena, cósmica, crística. Configurándonos en Cristo nos adherimos a Él, alimentándonos con su Cuerpo y con su Sangre nos transformamos en él. "Y todos nosotros, con la cara descubierta, reflejando como en un espejo la gloria del Señor, nos transformamos en su misma imagen, resultando siempre más gloriosos, bajo el influjo del Espíritu del Señor" (2 Cor. 3, 18).
La cristificación es consecuencia propia del camino de la Fe. Más allá de la simple consideración de los misterios, más allá de la lógica estructuración teológica, más allá de una vivencia eclesial y comunitaria imprescindible, el encuentro y aceptación del amor que Cristo derrama sobre cada uno de nosotros pendiente en la Cruz es, a través del Espíritu Santo, el motor transformador de toda dimensión de la existencia creyente. Fuera de la contemplación y experiencia personal y comunitaria del amor de Cristo inmanente y emanado en la Cruz, toda actividad, proyecto o programa no puede sino convertirse en esteril y vanal.
De tal forma vive esta experiencia de cristificación San Alfonso Mª de Ligorio que exclamará:
"Este amor es aquel que hace salir fuera de sí a las almas buenas, y las hace quedarse atónitas cuando se les da a conocer. De aquí nace el deshacerse y abrasarse sus entrañas; de aquí desear los martirios; de aquí el sentir refrigerio en las parrillas y el pasearse sobre las brasas como sobre rosas; de aquí el desear los tormentos como convites, y holgarse de todo lo que el mundo teme, y abrazar lo que el mundo aborrece.
¡Oh Cruz!, hazme lugar y recibe mi cuerpo y deja el de mi Señor. ¡Ensánchate, corona, para que yo pueda poner ahí mi cabeza! ¡dejad, clavos, esas manos inocentes y atravesad mi corazón y llagadlo de compasión y amor!
¿De donde nos vienen tantos bienes sino de la ´Pasión de Jesucristo? ¿Donde se funda nuestra esperanza de perdón, la fortaleza contra las tentaciones y la confianza de alcanzar la salvación? ¿Dónde tiene su fuente tantas luces de verdad, tantas llamadas amorosas, tantos impulsos para cambiar de vida y tantos deseos de entregarnos a Dios, sino en la Pasión de Jesucristo? Sobrada razón tenía, por tanto, el apóstol cuando lanzaba anatema contra quien no amase a Jesucristo: <>(1Cor 16,22)"
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