DIACONADO, SÍ !! Y PERMANENTE!!
El Concilio Vaticano II restauró el Diaconado Permanente en orden al ministerio, ocupando el tercer puesto en la jerarquía eclesial y participando en su ministerio del Sacramento del Orden:
"En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos, que reciben la imposición de las manos, no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio. Así, confortado con la gracia sacramental, sirve, en comunión con el obispo y su presbiterio, al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad." (LG 29)
Como oficios propios del diaconado el Santo Concilio señala:
* La administración solemne del bautismo.
* El conservar y distribuir la eucaristía.
* Asistir y bendecir en nombre la Santa Iglesia los matrimonios.
* Llevar el viático a los moribundos.
* Leer la Sagrada Escritura a los fieles.
* Instruir y exhortar al pueblo.
* Presidir el culto y la oración de los fieles.
* Administrar los sacramentales.
* Presidir los ritos de funerales y sepelios. (LG 29)
San Policarpo de Esminra exhortaba a los diáconos a ser "misericordiosos, diligentes, procedan en su conducta conforme a la voluntad del Señor, que se hizo servidor de todos".
El diácono tiene entidad propia, trabaja en los ministerios que le ha señalado el Obispo, trabajando en una misión que ha recibido de Cristo por el Sacramento del Orden. Tiene un poder que lo cualifica para el ministerio, que no recibe del obispo, sino de su calidad de participante, por el Orden, en la jerarquía. "De esta manera, comparte con el obispo y los presbíteros, a nivel de las características que configuran a cada uno, las misión pastoral de la Iglesia".
El diácono, pues, no es persona que adorna, luce o deba ser manipulada por sus superiores Jerárquicos. Su Orden es sagrado, y de ahí que cualquier utilización de su ministerio fuera de su misión es sacrílega. De igual modo, debemos decir, severamente, que la utilización de sus ornamentos sagrados por personas no ordenadas es un grave sacrilegio.
El diácono, pues, es sal viva en medio de un mundo desgarrado; es alimento de esperanza para los sufrientes y desesperados de la tierra; es piedra conciliadora en la estructura eclesial. Porque el diácono, en su carisma y ministerio propio, es imagen de Cristo para el mundo.Siempre en comunión con su obispo y presbiterio.
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