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HOY TEOLÓGICO - Alfonso Luis Calvente Ortiz

Tibieza

Tibieza

Realizarse como cristiano supone una lucha diaria que no encuentra descanso alguno, salvo aquel respiro que el anticipo del eterno encuentro con nuestro amor salvífico Jesucristo nos proporciona en aquellos momentos que sólo a Él le corresponde señalar.

El reto, la meta, el desafío, no es simple ni sencillo.Son incontables, inacabables, las batallas que debemos librar y los demonios y enemigos que debemos batir. Fija la mirada en la Cruz debemos ser fiel reflejo de Aquél en quien hemos depositado nuestra confianza, Aquél que es el único fundamento de nuestra fe: Jesucristo, Jesús de Nazaret, el mismo Jesús histórico, el mismo Cristo de nuestra fe.

Y es ahí donde creo fallamos los más tibios y mediocres. Olvidamos las palabras de nuestro amado. Aquellas palabras que fueron pronunciadas hace casi 2000 años, especialmente pronunciadas para mi, para tí, para cada uno que desea escucharlas hoy con especial afecto y sincero corazón: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos."

El cristianismo no es una filosofía, un modo de pensar, o una opción sincretista amoldable a las preferencias de cada uno. El cristianismo es la manera, única y específica de encontrarse, conocer y seguir a Dios que hecho hombre nos ha salido al encuentro, al rescate.

Dos mil años no son obstáculo frente a tantas debilidades y miserias que se manifiestan en mi vida. Dos mil años son nada para la imperecedera voz que clamó un día por mi nombre. Dos mil años se diluyen en un encuentro que sólo a través de una perseverante voluntad y una desbordante Gracia se hace real y tangible en la profunda experiencia de nuestro cristiano caminar.

 

Otros, que supieron abrazar y aceptar la exultante gracia y misericordia de Dios, saben bien alertarnos para que teniendo oidos oigamos:

¡Cómo vas a salir de ese estado de tibieza, de lamentable languidez, si no pones los medios! Luchas muy poco y, cuando te esfuerzas, lo haces como por rabieta y con desazón, casi con deseo de que tus débiles esfuerzos no produzcan efecto, para así autojustificarte: para no exigirte y para que no te exijan más. (Surco, 146)

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