EXALTACIÓN
El día de la Exaltación de la Cruz ha sido vivido con intensidad en determinados lugares. No estoy refiriéndome a aquellos lugaren en donde la liturgia y las celebraciones adquieren un carácter especial por la festividad local, que también. Me refiero a ese mundo que decidimos obviar cotidianamente y que carga con la Cruz de ese Cristo que se nos hace presente en el prójimo, en nuestros semejantes. Esa Cruz adquiere estos día un protagonismo especial en tantos hermanos que padecen los efectos del huracan Ike. Noticias como "Ike arrasa en el oriente cubano" ó "Ike deja tras de si 500 muertos en Haití", han cruzado durante unos instantes nuestras vidas. Sin embargo, como siempre, la noticia pasa pero la Cruz se queda.
Y amar a la Cruz, exaltarla, no es otra cosa que aceptar el dolor, las dificultades, las miserias y las contrariedades de nuestras vidas. La exaltación de la Cruz nos invita a confiar en ella, a aceptarla y a abrazar la esperanza de que tras la Cruz se encuentra Él, el Amado, Áquel en el que todo cobra un sentido y obtiene su justificación.
Sobre la Cruz san Jose María nos aporta una maravillosa visión:
La Cruz, ¡la Santa Cruz!, pesa: «Fiat, adimpleatur...!» –¡Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios sobre todas las cosas! Amén. Amén. (Forja, 769)
La Cruz no es la pena, ni el disgusto, ni la amargura... Es el madero santo donde triunfa Jesucristo..., y donde triunfamos nosotros, cuando recibimos con alegría y generosamente lo que El nos envía. (Forja, 788)
¡Sacrificio, sacrificio! –Es verdad que seguir a Jesucristo –lo ha dicho El– es llevar la Cruz. Pero no me gusta oír a las almas que aman al Señor hablar tanto de cruces y de renuncias: porque, cuando hay Amor, el sacrificio es gustoso –aunque cueste– y la cruz es la Santa Cruz.
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