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HOY TEOLÓGICO - Alfonso Luis Calvente Ortiz

VUELTAS

VUELTAS

La vida es un descubrimiento continuo. Desde que tenemos memoria, en la niñez, y después en la juventud, junto al resto de nuestra vida adulta y anciana, vamos descubriendo el mundo sensitivo que percibimos a través de nuestros sentidos. 

Pero también ese descubrimiento se realiza en otra dirección; hacia uno mismo. Este ir conociéndonos ocurre desde muy temprana edad, a penas con unas semanas de vida nuestra actividad cerebral va formando un entramado neuronal que se mantendrá como instrumento de conexión entre nuestro ser que vamos descubriendo y el mundo exterior, que no solo percibimos, sino que también transformamos.

Somos concebidos en un acto que siempre debería ser culminación del amor. Y cuando pienso en que he sido concebido ese instante determinado, donde debería culminar el amor, me pregunto cuando el gameto masculino "anidó" en el núcleo del gameto femenino; ¿En qué momento aquellas células reproductivas dejaron de ser dos simples células reproductivas y comencé a ser yo?

Yo no me acuerdo de mis primeros años como "neonato"; no creo que nadie lo haga; mucho menos si retrocedemos a nuestra permanencia en el seno de nuestras madres. No es de extrañar entonces, que tampoco recordemos el momento de nuestra concepción. Pero es ahí, en la concepción, donde la razón me dicta que comienza mi "ser".

 Sí, en la concepción la ciencia nos explica como dos células reproductivas de diferente sexo se funden y comienza a desarrollarse un nuevo organismo completamente distinto a un mero conjunto de células. Un organismo vivo completamente distinto de la madre que lo sostiene, que le proporciona las condiciones necesarias para que pueda seguir desarrollándose como ser y ser humano.

El ser humano desde el comienzo de su andadura porta completo un mapa genético irrepetible.Este mapa genético procedente de la concepción marca el desarrollo de ese ser vivo y humano, que desde ese momento de su concepción hasta su muerte tratará de sobrevivir con los medios que tenga a su alcance, algunos, los no natos, no podrán defenderse de un ataque proveniente del exterior y de la propia madre que debía prestarle el auxilio de albergue durante nueve meses. No sólo en determinadas condiciones con la "falta de amor" de la madre o del entorno social, sino también con las condiciones naturales que pueden frustar su vida (Anidación, desarrollo de la placenta, etc) especialmente también con las propias condiciones físicas de la madre por diferentes características biológicas y genéticas.  

Ahora, después de tantos años de supervivencia, de tantas idas y vueltas, comprendo que la dimensión sexual del ser humano esta bien definida en el tiempo por su propia realidad reproductiva. Cuando la dimensión sexual queda controlada o atenuada por los años, la descendencia comienza a ser vista como fruto de un amor sobrenatural, aunque sólo quede en el recuerdo; no se puede amar el fruto y maldecir el árbol que dió el fruto.

Dios nos mira, debe quedar aterrado por tanta maldad y depravación legalmente constituida. No solo el hambre y las guerras que nosotros mismos nos negamos a solucionar, mostrándonos cada vez más indiferentes ante el sufrimiento humano; esta el abominable sacrificio de 50 millones de seres humanos cada año (130.000 en España). Matamos (matar=quitar la vida a un ser vivo) a seres humanos,¿cuántos cientos o miles de millones de seres humanos han sido privados de la vida con el consentimiento y cohecho de sus propias madres madre?

Si la Historia recordará esta época como la época más sangrienta de todos los siglos, y juzgará a la sociedad actual envuelta en su bienestar de depravada explotación, adoradora del Becerro de Oro, hoy el dinero, el poder y la fama; Jesucristo continuará gritando al ser clavado en la Cruz: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen".

¡Sí! contamos con su perdón, con el perdón de Dios siempre que caigamos en el arrepentimiento y propósito de enmienda, pero también debemos recordar que Aquél que es infinitamente misericordioso, también es infinitamente justo.


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