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HOY TEOLÓGICO - Alfonso Luis Calvente Ortiz

RESUCITAR

RESUCITAR

El título de este artículo viene a significar, de alguna manera, lo que espero que ocurra con este blog, y con mi firme decisión de continuar dejando mi pobre y humilde testimonio en unas pocas letras que tan pocos ojos se dignarán a dar sentido.

Pero este resucitar, no solo viene dado por mi enorme inconstancia en escribir o por las enormes dificultades que unas tan pobres palabras como las mías pueden ocasionar a mentes e intelectos mucho más privilegiados que el mío.

Pareciera que el término resucitar fuere incontrovertible. Pero cuando hablamos de la Resurrección de nuestro Señor, de la Resurrección de Jesucristo, Jesús de Nazaret, parece que entonces el término debiera ser explicado, connotado, acotado o referenciado, o cuanto menos modelado y adaptado a las circunstancias en las que deba de ser expresado.

Algunos piensan que afirmar la historicidad de la Resurrección de Jesucristo es exagerado. Otros, o quizás los mismos, se pueden atrever a dejar por escrito que afirmar la reanimación corporal del Señor pueda ser interpretado controvertidamente en perjuicio de la reflexión teológica de otros bien reconocidos por su ortodoxia teológica. A pesar de la claridad del Catecismo, a pesar del testimonio perenne e inmutable de la Tradición de la Iglesia, esos algunos, que resultan ser siempre los mismos, donde siempre se ha dicho digo se atreven a decir Diego.

 

Ahora es el Papa Francisco, el que repite el digo de la Resurrección de nuestro Señor. La Verdad que siempre ha sostenido la Iglesia, la Verdad que sostiene la Iglesia Católica y todos los católicos vuelve a quedar patente, inquebrantable como luz inconsumible que ilumina y siempre iluminará el mundo:

“Si el amor del Padre no hubiese resucitado a Jesús de entre los muertos, si no hubiese podido devolver la vida a su cuerpo, no sería un amor plenamente fiable, capaz de iluminar también las tinieblas de la muerte”. (Carta Encíclica “Lumen Fidei”, del Sumo Pontífice Francisco a los Obispos, a los Presbíteros y Diáconos, a las Personas Consagradas y a todos los Fieles Laicos sobre la Fe. Nº 17)


Y cuando habla quien debe, y tan claramente, no puedo sino que emocionarme y llorar.

 

Dios os bendiga y os guarde!


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