Nefando
Tal como seguimos en esta pequeña disertación sobre el nefando crimen del aborto y la ignomiosa Ley aprobada por el Parlamento español y sancionada y promulgada por el borbón mnarca Juan Carlos I, debemos recordar en este punto tres anotaciones del Magisterio de la Iglesia Católica (que sólo obligan a aquellos que sin encontrarse excomulgados de hecho o de derecho), del todo necesarias en este punto:
Cuando nuestro amado Pontífice Benedicto XVI firmaba entonces como Joseph Card. Ratzinger, Prefecto, la Congregación para la Doctrina de la Fe emitía una nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y conducta de los católicos en la vida política. Entre diversas consideraciones, la nota resaltaba: "Juan Pablo II, en línea con la enseñanza constante de la Iglesia, ha reiterado muchas veces que quienes se comprometen directamente en la acción legislativa tienen la precisa obligación de oponerse a toda ley que atente contra la vida humana". Cuanto más quedaba obligado el Borbón a garantizar este principio cristiano que queda refrendado en la propia Constitución Española cuando dice en su artículo 15 que "Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral".
El propio Concilio Vaticano II declara:"Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo de modo digno del hombre. Por tanto, la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes nefandos".Y cuanto mayor es el puesto de responsabilidad ocupado en la sociedad mayor es la propia responsabilidad que pesa sobre esta insigne misión.
Finalmente, y como voz que grita en el desierto, transcribo aquí la tajante afirmación de la Iglesia, de mano de Juan Pablo II en la Encíclica Evangelium Vitae: "Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para si mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo."
La tristeza de un hijo cuando siente que los brazos de su padre lo abandonan a su suerte no es comparable con la tristeza y desesperación del Pueblo Español no nacido que se siente abandonado y traicionado por aquel al que Dios otorgó la magna misión de conservar y defender la vida de su pueblo.
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