FELICIDAD!!
Llevo unos diez días con un proceso vírico que primero parecía congestivo, después se transformó en amigdalítico febril y actualmente se esta paseando por los bronquis. Visité al doctor, pero éste, sin más, me envió a hacer gárgaras, nunca mejor dicho. Y yo con mi proceso viral...
Ante la debilidad y la enfermedad me muestro frágil y fácilmente abatible; más egoísta, soberbio y holgazán si cabe.
Hoy me siento un poco mejor, espero sea la mejoría definitiva y que finalmente mis defensas hayan conseguido una victoria, aunque fuere paupérrima, contra el ejército viral que me vapuleaba.
Recupero aquí un texto que escribí hace ya unos cuantos años, pero que hoy, tras su relectura, vuelvo a revivirlo como ese estandarte que se alza en lo alto de la colina tras una dura batalla que finalmente se ha logrado ganar:
Me preguntan hoy Padre, si soy feliz. La pregunta, la verdad, me a pillado por sorpresa, y después de intentar meditarla unos segundos, desde la intención de responder con completa sinceridad, me he visto obligado a responder, “debo serlo”.
Por mi cabeza ha pasado el gran gozo de saberte ahí, a Ti, a tu Hijo, al Espíritu Santo ya habitando en mi corazón, y a nuestra Santa Madre María velando por nosotros junto a ángeles, arcángeles, mártires, santos y demás almas que gozan de la Gloria de Dios. Por otro lado, y a Ti no puedo engañarte Padre, he pensado en mi familia, en la carencia de Jesús en algunas de sus vidas, y en las dificultades y vicisitudes que deberán pasar otras, ojalá lo sean siempre bajo tu amparo. Lo cierto es, Padre, que cuando ya apremiaba el tiempo de mi respuesta, he mirado hacia mi interior y he encontrado un nudo en mi estómago, alegría en mi corazón, un gran Amor en mi alma, el espíritu con gran sed de tu Hijo Jesucristo, y la mente con algunas ideas todavía un tanto complicadas.
-¿Si o no? – Me ha interpelado mi interlocutora. – Aquí no cabe medio feliz o un poco feliz –
¡Claro! He tenido que contestar que ¡No!
Mientras por mi cabeza pasaban ciertas ideas que me obligaban a mi respuesta dada, la absolutez del término que se había utilizado, ideas tales como no contemplar tu rostro Señor, no verte completamente compartido con personas que tan unidas siento a mi (y aunque no debiera hacer distinciones, humana y humildemente me resigno a ello), sentir que no estoy completamente entregado a Ti, que mi lucha con la soberbia, orgullo, egoísmo, y tantos males y defectos que tengo, todavía me anudan el estómago (y no se si algún día dejarán de hacerlo). Mientras por mi cabeza pasaban esta ideas, decía; mi interlocutora me increpó:
- ¿Pero que problema tienes, Alfonso? No estés triste. Dios te ama.-
Ya la tormenta se desató en mi mente, Señor te ruego me ayudes a controlar el torbellino de ideas que se me agolpan y amontonan ante la imposibilidad de comunicación plena con mis semejantes.
Por fin pensé, - que fácil me hubiera sido contestar que “sí” anteriormente. Podría haber continuado tranquilamente mi meditación, pero hubiera faltado a la Verdad, ¿o no? ¡Padre! Aunque bien es cierto que estaba faltando al silencio.
Pues bien, viendo que ya no había vuelta atrás, contesté:
- Ya se que dios me ama, no estoy triste; y que me ama tanto como a ti, o a ella, e igual que al más malvado y retorcido de mis semejantes, pero El....-
- ¡Pues eso! – Intervino - ¡Dios te ama! ¡Ya está! Se feliz. Dios quiere que seas feliz.
- No he escuchado la palabra felicidad en ninguna de las meditaciones del Padre Damián. – Conteste – Pero mira, si yo permanezco en El, soy yo el que debe amarle, a El, a mis semejantes. Y ahí es donde está el problema, en que yo quiero amarle, se que le amo, pero a veces... –
- ¿Y qué? ¡Tu te abandonas a El! ¡Y ya está! ¡El te ama! ¡Ya El te lleva! – Me interrumpió.
Me di cuenta que el entendimiento era difícil y que con mis argumentaciones y expresiones podía causar más daño que bien, pero me resultó inevitable replicar:
- Mira, yo quiero y deseo abandonarme en el, pero soy yo el que libremente coloca la mano aquí (con un movimiento coloqué la mano en un extremo de la mesa) y peca; o aquí (coloque la mano en el otro extremo) y alaba a Dios; o aquí (y coloque la mano en el centro de la mesa) y la dejo quieta. Soy yo y no Dios el que mueve la mano y ejecuta las acciones a través de ellas.
- A pues mira, en el amor de Dios, abandonado a El, es El el que actúa. – Contestó. –
- Dichosa tu que alcanzas tal perfección – dije sin ningún sarcasmo – Yo, miserable de mi, de momento, cuento con la intención y un largo camino por delante.
- Los problemas no son problemas en el Señor – dijo finalmente antes que nos interrumpiera la afortunada Acción de Gracias de la cena.
Te cuento esto Padre, porque realmente desearía sentirme tal y como esta persona parecía sentirse, pero creo que no lo conseguiría si todos mis semejantes no se sintieran igual.
Ahora me pregunto, ¿era feliz Cristo cuando se dirigía a su Calvario? Pienso buscar la palabra felicidad en el glosario de términos de la Biblia de Jerusalén.
Padre, no me hagas mucho caso, porque de todo esto tu bien sabes que yo poco entiendo, pero si de algo sirve, te diré que no encuentro tan interesante la idea de la felicidad tal y como nosotros, miserables humanos, la entendemos, en comparación con el divino tesoro de tu Amor y Misericordia.
¡Padre! Prescinde de mi felicidad y repártela entre mis hermanos. ¡Danos tu Amor y Misericordia! A mi me basta.
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