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HOY TEOLÓGICO - Alfonso Luis Calvente Ortiz

ADMINISTRADORES

ADMINISTRADORES

La administración ocupa un importante papel en nuestras vidas, principalmente porque vivir supone administrar la propia vida. Somos administradores de nuestro tiempo, administradores de nuestro amor, de nuestras inquietudes y anhelos, administradores de la economía familiar, de un pequeño negocio o de una gran empresa. La administración es en si una dimensión necesaria y propia en la existencia del ser humano.

 

Pero quizás este término no se oponga al que anteriormente nos hemos asomado. Administradores de los bienes de la tierra, a traves del uso lícito de la propiedad. Esta propiedad de la que hablamos esta fundamentada en la radicalidad cristiana de la solidaridad y el bien común. No se trata de partidaria interpretación o de exualtación revolucionaria. Se trata de la más sana y pura Doctrina Católica:

 

"Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos."

 

"El destino universal de los bienes continúa siendo primordial, aunque la promoción del bien común exija el respeto de la propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio."

 

"Los poseedores de bienes de uso y consumo deben usarlos con templanza reservando la mejor parte al huésped, al enfermo, al pobre."

 

"La autoridad política tiene el derecho y el deber de regular en función del bien común el ejercicio legítimo del derecho de propiedad."

"En materia económica el respeto de la dignidad humana exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y según la generosidad del Señor, que "siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2Co 8,9). "

 

 

¿Qué cristiano veraz puede desdeñar en su vida tales verdades? ¿Cómo es posible que siendo administradores de los bienes de la creación puestos a nuestra disposición por la Providencia, vivamos en nuestros grupos, comunidades y sociedades cristianas, en una sobreabundancia en muchos casos insultante, mientras despreciamos, ignoramos e incluso justificamos la injusta distribución y administración de los bienes, amparados en una caridad paternalista que pretende justificar con las migajas sobrantes de nuestro dominio lo que injustamente seguimos negando a los que nada tienen.

 

Y es que la realidad por muy cansina que se nos haga sigue siendo la realidad de cientos de millones de hombres, mujeres y niños, con nombre y apellidos, con vidas sufrientes que respiran y ansían en este mismo instante en el que lees. Cientos de millones de personas que viven extremamente la funesta, deplorable y genocida administración que ejercemos la minoría "socialmente desarrollada" sobre los bienes tomados a nuestra disposición.

 

¿Quien pretende justificar con las migajas de nuestros banquetes tantos estómagos infectados, tantas vidas abandonadas a la lúgubre y mordaz desesperanza? ¿Cómo pretendemos comparecer ante el inapelable juicio del Altísimo? ¿Qué cuentas presentaremos de nuestra administración? ¿Acaso podemos guardar la esperanza de que el mismo Cristo pase por alto nuestra temeraria prevaricación?

 

Justificamos nuestro modo de vida social, insertos en una sociedad ante la que sucumben nuestros más básicos principios fraternales. Disponemos de cientos de argumentos para continuar disfrutando a nuestro antojo de la sublime administración del 80% de los recursos del planeta, aun cuando bien sabemos que tan solo somo un 20% privilegiado los que tenemos acceso a este modo de derroche. Mientras como resultado de nuestra administración, asignada por encomienda divina, cerca de 800.000.000 de seres humanos perecen en la experiencia de no tener "NADA", ni siquiera el alimento básico que los sustente, y otros 2.500.000.000 de hermanos humanos mal sobreviven con menos de 1,5.€ diarios.

 

Conservo la esperanza, no de trasformar el mundo, pero si de transformar mi vida y mi mundo; y en lo mucho y en lo poco convertirme en buen administrador de los bienes que Dios a puesto a mi disposición.

 

Quiera Dios derramar sobre cada uno de nosotros la Gracia santificante que necesitamos aceptar para que en aquel día, que sabemos vendrá, no seamos contados entre aquellos a los que el mismo Jesucristo se referira diciendoles: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis."

 

 

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