
Antes de encontrarme con la persona de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, escuchaba aquellas descalificaciones de cierto sector que lo tildaban de revolucionario, comunista, etc, y que lo vinculaban a una "teología de la liberación" como teología desencadenante de la extrema violencia revolucionaria de Centro-América.
Como ocurre siempre la realidad difiere enormemente de los comentarios y noticias que nos llegan. Siempre deformada, en mayor o menor medida, siempre manipulada y subjetivizada. El caso de Romero no es una excepción.
Hoy considero a Monseñor Oscar Romero un Santo especial de mi devoción. Indagué en su vida, especialmente sus últimos años de episcopado, escudriñé entre sus cartas, leí detenidamente sus homilías y mensajes; y nunca encontré una sola referencia que hiciera apología de la violencia o justificara el uso de las armas o el maltrato de las personas. La única violencia que encontre en Romero fue la Violencia del Amor, de un amor vivo y profundo por sus semejantes, un amor patrio y universal por sus amigos y enemigos, un amor que exuda el propio amor de Jesucristo en Cruz.
No voy a entrar, por ahora, a analizar aquellas situaciones frente a las que Romero dió su vida como Testimonio del amor de Cristo por los hombres, situaciones frente a las que el propio Concilio Vaticano II afirmará severamente:
" Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. ... Quien se halla en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para sí."
Monseñor Romero, al igual que millones de cristianos que en la esperanza de la liberación trascendente y definitiva, solo alcanzable en Cristo tras el velo de la muerte, no renunció a poner en evidencia al mal y a la injusticia. Denunció, proclamó y regó con su sangre, la situación de extrema injusticia a la que millones de hermanos cristianos se enfrentan contidianamente. Monseñor presentó la esencia misma de la Iglesia en su original entidad, la Iglesia de Cristo que es la Iglesia de los pobres, de los sufrientes y necesitados. Las bienaventuranzas son y han sido siempre el referente inmutable de la identidad cristiana y de la Iglesia, y ese es el inmutable mensaje cristiano que demagogos y vanalizadores mundanos no pueden alterar..
Que bien entendió y proclamo Romero esta realidad:
- "Esta es la misión de Cristo, llevar la buena noticia a los pobres, a los que sólo reciben malas noticias, a los que no sienten más que el atropello de los poderosos, a los que ven pasar por encima de ellos, las riquezas que hacen felices a otros."
- La redención se ha hecho con cruz, el dolor del hombre es cruz y que como cruz trae redención, y debe dar paz, alegría de pascua, esperanza de resurrección. La alegría debe dar ánimo y debe ser impulso de acción en el hombre. El que no quiere salir de su situación de oprimido, de sus situación de marginación creyendo que ésa es la voluntad de Dios, está ofendiendo a Dios. ¡Dios no quiere la injusticia social!
- La situación presente exige de obispos, sacerdotes, religiosas y laicos el espíritu de pobreza, que rompiendo las ataduras de la posesión egoísta de los bienes temporales, estimule al cristiano a disponer orgánicamente la economía y el poder al beneficio de la comunidad. La pobreza de la Iglesia y de sus miembros en América Latina debe ser signo y compromiso, signo del valor inestimable del pobre a los ojos de Dios, compromiso de solidaridad con los que sufren.
- No hay liberación en la historia si no se incorpora a la gran liberación que Dios proyecta para todos los hombres. Toda liberación que no lleva en sus entrañas el proyecto de Dios, es liberación falsa.
- Defender los derechos inalienables de las personas y las comunidades y los pueblos, es un deber de la Iglesia. (Del discurso de fin de año de su S.S. Juan Pablo II).
- A quienes han llegado a creer entre nosotros que la violencia armada es necesaria para la trasformación de la realidad sociopolítica según sus ideales, les decimos que depongan esta actitud. No podemos aceptar que el futuro de nuestro pueblo sea el resultado de la imposición de los violentos, solamente porque tienen fuerza para lograrlo.
- Este es el pensamiento fundamental de mi predicación: Nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio y tan profundo, más que la violación de cualquier otro derecho humano, porque es vida de los hijos de Dios; y porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz.
- No nos pueden entender los que no entienden la trascendencia. Cuando hablamos de la injusticia aquí abajo y la denunciamos, piensan que ya estamos haciendo política. Es en nombre de ese Reino justo de Dios que denunciamos las injusticias de la tierra.
- Una Iglesia que no se une a los pobres para denunciar, desde los pobres, las injusticias que con ellos se cometen, no es verdadera Iglesia de Jesucristo.
- Jamás hemos predicado violencia. Solamente la violencia del amor, la que dejó a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros. Esa violencia no es la de la espada, la del odio. Es la violencia del amor, la de la fraternidad, la que quiere convertir las armas en hoces para el trabajo.